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Es mejor tener un mal empleado que un empleado mediocre



N°43 - Estrategia y Gestión

“Los empleados mediocres logran mantenerse por años en una empresa: Alimentan la narrativa de ser unos genios incomprendidos que no brillan por estar trabajando en un lugar que no les brinda todas las condiciones para hacerlo”

Puede sonar raro, ¿quién querría un empleado mediocre y peor aún, un mal empleado?

Si aplicamos el sentido común, algo a medias es mejor que algo que no sirve para nada. Sin embargo a nivel organizacional y en especial en temas de talento humano no siempre es así.

No es mi interés convencerlos pero sí, dar algunos argumentos para sustentar la afirmación que titula este artículo.
Tres razones por las cuales es mejor tener un mal empleado que tener un empleado mediocre.

1. Un mal empleado es incapaz de ocultar su perversidad. Difícilmente un empleado que lo está haciendo realmente mal podrá refutar con pruebas o tendrá argumentos para sustentar su pobre desempeño, así que no será doloroso para ninguna de las partes tomar las acciones correctivas necesarias para corregir el rumbo, las cuales pueden ir desde un plan de mejoramiento hasta un despido sin mayores dramas.


En cambio, con los empleados mediocres, la cosa es a otro precio. El problema con ellos es que están en un limbo: ni tan buenos como para valorar su “esfuerzo” ni tan malos como para tener las razones suficientes para llamarlos al orden.
Se esfuerzan lo mínimo y aquí lo mínimo es directamente proporcional a la capacidad de liderazgo y dirección de su jefe. Si el empleado es mediocre seguramente es porque el jefe es similar.

En todo caso, estos empleados son unos expertos del camuflaje: hablar cuando toca, resaltar cuando se debe y el resto del tiempo pasar una especie de aburridas vacaciones pagas en la oficina.

2. Un mal empleado sabe que lo es y no se indigna cuando se le confronta. Las evidencias están allí, nadie lo va a respaldar ni a meter las manos al fuego por él -bueno, a menos que seas familiar del dueño en cuyo caso operan otras lógicas de gestión que darían para otro artículo-. Así que al mal empleado lo único que le queda es apelar a la misericordia de la administración y esperar que la situación no pase a mayores.

En cambio, lo menos que se puede esperar de un empleado mediocre es que se indigne y haga un show cuando se le encara por su bajo rendimiento.
El asunto con los mediocres es que creen en muchas cosas; primero, creen que lo están haciendo bien y su esfuerzo es suficiente y no hay por qué sobreactuarse como “otros” que hacen más de lo debido; y segundo, creen que no se les está reconociendo lo suficiente y que las escasas palmaditas en la espalda son muestra de la falta de salario emocional, de motivación y de liderazgo de sus insensibles jefes.


El asunto del merecimiento es lo más difícil porque es una percepción -distorsión- de la realidad que, como parte de terrenos netamente subjetivos, es difícil de combatir con argumentos objetivos y por ello, es que los mediocres logran mantenerse por años en la empresa: Alimentan la narrativa de ser unos genios incomprendidos que no brillan por estar trabajando en un lugar que no les brinda todas las condiciones para hacerlo.

3. Un mal empleado nos hace ser mejores como organización. Un mal empleado es el cruel reflejo de todo lo que no está bien: liderazgos, procesos de selección, planeación, ejecución, etc. Así que no podemos dejar de ver al elefante en el cuarto y no tenemos otra opción que tomar cartas en el asunto y decidir de fondo para que no vuelva a ocurrir.

Un empleado mediocre nos crea una duda razonable: no lo estamos haciendo tan mal, solo tenemos que hacer unos pocos ajustes para que seamos la organización más admirada.


Un poco de motivación aquí, algo de seguimiento allá, por qué no una sesión de coaching allí, un pedacito de salario emocional por acá, y así sucesivamente, hasta que el castillo se desmorone y ya no haya nada que hacer.

Conclusión

En términos generales toda empresa quiere tener el mejor talento humano en sus filas, sin embargo, eso nunca será así; es más bien una amalgama de desempeños, expectativas e intereses, por lo que debemos siempre estar alerta para detectar aquellos individuos que no nos ayudan a mejorar y solo quieren que el estado de cosas organizacional se mantenga porque eso les conviene.

Querer que todo siga igual es el primer paso para la involución y al menos, en un mundo donde todo cambia quedarse quieto puede resultar fatal. Así que cuando te cruces con un mal empleado dales las gracias, porque ellos nos están obligando a patear el tablero (de nuevo).

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